22 agosto, 2007

Dean, el ciclotón

México, D.F., 21 de agosto (apro).- “Monstruo”, “catastrófico”, “devastador” fueron algunos de los adjetivos reiterados a través de los medios masivos –especialmente las cadenas televisivas-- durante la cobertura informativa del huracán Dean. Todo hacía pensar que seríamos testigos de imágenes apocalípticas, marejadas, inundaciones, miles de damnificados, muertos en medio de los grandes hoteles, poblaciones inundadas por la furia marina.

Afortunadamente, el fenómeno meteorológico, a pesar de ubicarse en una categoría propia de un ciclón, no generó un desastre mayor y los malos augurios no se cumplieron.

El problema fue otro: fue la construcción de una percepción de vulnerabilidad y peligro en la Península de Yucatán, a partir de la exageración y la saturación mediáticas.

Desde el fin de semana, las grandes cadenas televisivas nacionales e internacionales operaron como el segundo huracán que invadió la Península de Yucatán. Un despliegue mediático nunca antes visto comenzó a generarse en Chetumal, la pacífica capital de Quintana Roo, con apenas 160 mil habitantes, que se convirtió no en el ojo de un huracán, sino en el set televisivo de un reality que iba a mostrarle al mundo, en vivo y en directo, el espectáculo de la destrucción.

Hubo pobladores de Chetumal que protestaron ante las exageraciones de los comentaristas televisivos.

Lo espectacular de los fenómenos meteorológicos se ha convertido en parte del prime time y de la mecánica de construcción de rating para los tele-noticiarios. En la cobertura de los desastres lo menos importante es el desastre mismo, sino el hecho de que “la televisión estuvo ahí”. La subjetividad de los conductores y comentaristas “estelares” se impone y se olvida el registro riguroso de los hechos. La sensiblería y las frases tremendistas sustituyen a una cobertura más mesurada y ponderada de los sucesos en torno a un huracán. Los enlaces en vivo se transforman en una especie de teletón, donde cada una de las cadenas luce sus avances tecnológicos y si pudieran “entrevistan” al huracán, pero ignoran el punto de vista fundamental: el de los propios afectados y el contorno ecológico y urbano.

Para las cadenas televisivas mexicanas y norteamericanas, Dean ofrecía todas las características de un gran “show” televisivo: se dirigía hacia las zonas turísticas más famosas del Caribe, en una de las temporadas más elevadas de afluencia de turismo norteamericano. Los registros meteorológicos reportaban un fenómeno de alta peligrosidad con capacidad para destruir la ya de por sí afectada zona hotelera de Cancún. Podía ocasionar un desastre ecológico mayor y miles de damnificados en las costas y en las zonas más pobres de la Península de Yucatán (algo que, por supuesto, no importó demasiado a los comentaristas).

Con insistencia y hasta el hartazgo, los informativos competían para señalarnos la “categoría”, la fuerza de los vientos, los pronósticos devastadores (algún conductor televisivo llegó a pronosticar la “desaparición” de Chetumal), las innumerables pesadillas por venir y el tratamiento de un huracán como si fuera un monstruo posmoderno.

Afortunadamente, los daños de Dean estuvieron muy lejos de los pronósticos telegénicos. El espectáculo de la destrucción no se impuso. Finalmente, las medidas de protección civil y la cultura de prevención que han adquirido miles de habitantes de las zonas afectadas por el paso de Wilma, Isidoro, Emily y Gilberto evitó pérdidas humanas o daños más cuantificables.

Quizá la cobertura televisiva podría aprender más de esta cultura de la prevención que del insistente y hasta ofensivo culto a las imágenes destructivas que parecen formar parte de la máquina hacedora de audiencias.

Jenaro Villamil. jenarovi@yahoo.com.mx
Tomado de la Revista Proceso
http://www.proceso.com.mx/analisis_int.html?an=53283

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