15 octubre, 2006

Las nueces


Un puñado de nueces en las comidas limita la capacidad de las grasas de dañar las arterias

Comer un puñado de nueces junto con comidas poco saludables en las que predominen las grasas saturadas limita la capacidad de las grasas dañinas de perjudicar las arterias, ya que favorecen su elasticidad.
No queremos dar el mensaje de que se puede continuar comiendo grasas poco saludables si se añade un puñado de nueces en las comidas. En lugar de ello, lo que recomendamos es que incorporen las nueces como ingredientes de una dieta saludable que limite las grasas saturadas.
El endotelio o capa interior de las arterias produce una sustancia llamada óxidonítrico, que es imprescindible para mantener su elasticidad para poder dilatarse ante un aumento de requerimientos de sangre a los órganos irrigados, por ejemplo los músculos y el corazón cuando se hace ejercicio físico.
Cada vez que comemos alimentos con un alto contenido en grasa saturada, la grasa absorbida que circula en la sangre interfiere temporalmente con la producción de óxido nítrico, lo cual impide la correcta dilatación de las arterias durante unas horas tras la comida, un fenómeno que se llama disfunción endotelial".
Con el paso del tiempo, la desactivación continuada del óxido nítrico produce una reacción inflamatoria que contribuye al endurecimiento de las arterias o arteriosclerosis, precursor de enfermedades vasculares, como la angina de pecho y el infarto de miocardio.
Comer nueces ayuda a mantener la elasticidad de las arterias. Uno de los nutrientes encontrados en las nueces es la arginina, un aminoácido usado por el cuerpo para producir oxido nítrico".
Las nueces también contienen antioxidantes y ácido alfa-linolénico, un ácido graso omega-3 de origen vegetal, y estos compuestos también pueden contribuir a una mejor función endotelial.

No incrementan el peso

Para aquellos preocupados por el aumento de peso por añadir nueces en su dieta, no existe ninguna evidencia científica que relacione el consumo de alimentos ricos en grasas saludables, como los frutos secos, con un aumento del peso corporal. Sin embargo, comer grasas saturadas, presentes, por ejemplo, en la mantequilla o el tocino, conlleva con frecuencia un incremento del peso ya que estas grasas son consumidas con frecuencia con platos o alimentos que contienen grasa animal junto con azúcares.
En un estudio colaboraron 24 adultos sanos, no fumadores, con peso y presión arterial normal, La mitad de ellos con niveles de colesterol normal y la otra mitad, con niveles moderadamente altos. A cada uno de ellos se le pidió que siguiera una dieta baja en colesterol durante las dos semanas previas al estudio y durante su desarrollo.
Posteriormente se les proporcionaron dos comidas altas en grasas, pero con una semana de diferencia y se les dividió en dos grupos aleatoriamente. A uno de ellos se le dieron, además, 40 gramos de nueces, el equivalente a 8 frutos en una de las comidas y aceite de oliva en la otra.
Los resultados de la investigación muestran que tanto las nueces como el aceite de oliva ayudaron a disminuir el inicio repentino de la inflamación y oxidación de las arterias. Pero, a diferencia del aceite de oliva, añadir nueces a la comida ayudó a preservar la elasticidad de las arterias, sin importar los niveles de colesterol de los participantes.

Salidas del callejón

Persiste la tentación de imponer por la fuerza pública la voluntad federal sobre los pueblos de Oaxaca. En cualquier momento podría empezar el baño de sangre.

La Secretaría de Gobernación organizó el 4 de octubre una reunión para suscribir "un gran pacto por Oaxaca" y encontrar una salida política al callejón actual. No logró sus propósitos por la precipitación y desaseo de la convocatoria. Muchos participantes recitaron una letanía de quejas que terminaba siempre en la exigencia de represión. "Aquí no hay plazos fatales", tuvo que responder con molestia el secretario a un dirigente empresarial que le exigía enviar las fuerzas públicas antes de 48 horas.
Los dirigentes indios y los intelectuales que abandonaron la reunión cuando apenas comenzaba mostraron su falta de legitimidad: no estaban ahí los actores centrales del proceso en curso: la sección 22 y la APPO; tampoco los pueblos indios, que son mayoría en el estado. Con quienes asistieron a la reunión sólo podría suscribirse un pacto espurio de dominación sin sustento en la sociedad real, aunque haya entre ellos personas muy honorables y representativas.
Los violentos siguen así aumentando su presión desde las cúpulas del poder político y económico, y exigen respeto a las instituciones que ellos mismos socavan. No pueden ni quieren entender lo que ocurre.
Es cierto que hay en Oaxaca una insurrección popular que impide a quien se ostenta aún como gobernador ejercer sus funciones. Se han creado todas las condiciones técnicas para que el Senado decrete la "desaparición de poderes". Pero no se cumplen; en cambio, están las condiciones de "trastorno interior" que darían legalmente lugar a la intervención de la Secretaría de la Defensa.
Fueron los poderes constituidos del Estado quienes rompieron el orden constitucional y violentaron el estado de derecho. El autoritarismo y corrupción que los caracterizaron por muchos años llegaron recientemente a un extremo insoportable. No es de hoy la situación aberrante de que en Oaxaca no haya división de poderes o que la constitución tenga carácter monárquico y racista. En las manos de Ulises Ruiz, sin embargo, ese dispositivo autoritario se convirtió en instrumento de destrucción que afectó tanto la vida política y el tejido social de Oaxaca como su patrimonio histórico y natural.
Los pueblos se han levantado para defender lo que es suyo y contra el desorden prevaleciente. En vez de violar el orden constitucional y romper el estado de derecho, como se ha estado diciendo, su rebelión los está restableciendo. No lo hacen para volver a la "normalidad" previa, al régimen gangsteril y al Estado patrimonialista de los caciques, sino para crear un nuevo orden social: un auténtico estado de derecho.
Enviar la fuerza pública a Oaxaca haría saber a todos que los gobernantes actuales la usan para protegerse del pueblo. Que pueden cobijar desvergonzadamente a uno de ellos de la ira popular y el descontento general, sin importarles la cantidad y calidad de los atropellos que haya cometido. Que para eso emplean su monopolio legal de la violencia legítima.
La fuerza pública serviría también para recordar la relación entre protección y obediencia. El protego ergo obligo es el cogito ergo sum del Estado. Desde Hobbes la teoría política se sustenta en el principio de que el Estado debe inculcar en los ciudadanos "la relación mutua entre protección y obediencia". Ser obediente es el precio que debe pagarse por ser protegido. De eso trata la seguridad pública que ofrece el Estado: de convertir a los ciudadanos en súbditos.
En las circunstancias actuales, dar esta lección a los oaxaqueños sería peor que un crimen, un gravísimo error, por citar a los clásicos. No sólo incendiaría el Estado y causaría por años violencia incontenible. También provocaría el efecto contrario al buscado: en vez de suscitar obediencia y sumisión llevaría mucho más lejos, a planos más profundos, la rebelión actual.
Queda, sin embargo, una esperanza. Por muy buenas y sólidas razones, hay en Oaxaca una acumulación excepcional de sabiduría política. No se han puesto en juego todas las reservas disponibles. Algunas empiezan apenas a activarse. Aunque operan contra el tiempo, por la impaciencia de los violentos, aún pueden evitar la catástrofe.
Acaba de empezar, en Oaxaca, un diálogo sensato y honesto entre los actores reales, los verdaderos protagonistas. Tejen con valentía, a pesar de las circunstancias intimidantes, los consensos que pueden servir de escudo contra cualquier agresión. Ahí, en ese diálogo abierto y efectivamente democrático, en el que pueden basarse las transformaciones que hoy hacen falta, se encuentra la salida política que tantos dicen estar buscando.

Gustavo Esteva

12 de octubre: día de la vergüenza

"Hemos venido aquí a servir a Dios y al Rey, y también a hacernos ricos"
Bernal Díaz del Castillo
Guatemala, siglo XVI


Hace 514 años el grito que profería Rodrigo de Triana la madrugada de un 12 de octubre desde su puesto de vigía en la Pinta informando de la tierra avistada, cambiaría dramáticamente el curso de la historia. Sus repercusiones siguen estando presentes: son, sin más, el cimiento de nuestro mundo actual.
Más de cinco siglos han pasado desde aquel entonces, y la deuda pendiente no parece llegar a su fin. En un sentido, esa deuda es impagable. ¿Por qué?
El "descubrimiento" de América –dicho desde una lectura interesada de la historia–, o lo que con más precisión podemos llamar "el inicio del mundo moderno capitalista", es un hecho de una trascendencia sin par: inaugura un escenario novedoso que sienta las bases para la universalización de la cultura del imperio dominante, ya a escala planetaria en aquel entonces, mucho más solidificado en la actualidad, cinco siglos después. El imperio dominante era el incipiente –pero ya avasallador– capitalismo europeo: modo de vida occidental, podría llamarse ahora, o libre empresa, o economía de mercado. La llegada de los europeos a tierra americana y su posterior conquista fue la savia vital que alimentó su expansión.
Estas circunstancias de la historia colocan ese encuentro de civilizaciones en la perspectiva de una relación absoluta y radicalmente desigual; en términos estrictos fue más que un "encuentro": fue el sojuzgamiento de una sobre otra. Fue, en principio, una invasión militar, seguida luego de un avasallamiento cultural. Hubo vencedores y vencidos, sin lugar a dudas, por lo que la idea de "encuentro" es demasiado débil, ingenua en el mejor de los casos. O hipócrita. El 12 de octubre marca la irrupción violenta de la avidez europea en el mundo, llevándose por delante –religión católica mediante– toda forma de resistencia que se le opusiera, y haciendo de su cultura la única válida y legítima. En tal sentido, entonces, lo que se produce en ese lejano 1492 es, con más exactitud, un encontronazo. Por cierto, salen mejores parados del mismo los que detentaban la más desarrollada tecnología militar. Y para el caso, fueron los españoles.
Han pasado 514 años desde aquel grito, y ningún habitante originario del continente americano se siente "descubierto". En realidad no hay nada que festejar el 12 de octubre, no hay "día de la raza" o "día de la hispanidad" que venga a cuento. Hay una historia forjada a sangre y fuego, sigue habiendo una herida abierta, y fundamentalmente hay una deuda no saldada.
Por otro lado: ¿qué "raza"? La historia la escriben los que ganan, por lo que ese encontronazo de civilizaciones fue contado por los vencedores –los españoles, para el caso– en la forma de "hazaña", de "gesta gloriosa". Seguramente los pueblos americanos no tienen la misma versión. No digamos la población negra de Africa, que más tarde fue transplantada al continente "descubierto" como mano de obra esclava. ¿Cuál es la proeza en todo ello? Si a alguien benefició todo esto, seguro que no fue ni a los africanos ni a los americanos.
Mucho tiempo ha pasado desde la llegada de los europeos al "Nuevo Mundo"; la historia siguió su paso, y de aquel momento inaugural del capitalismo hoy tenemos un Norte desarrollado, opulento, y un Sur que se debate en la pobreza y la dependencia. Por cierto que mucho ha cambiado el mundo en estos más de cinco siglos. Que "la rueda de la historia haya avanzado" es una cuestión abierta que llama a la discusión; para las grandes civilizaciones como la inca, la azteca, la maya, no parece que este "descubrimiento" haya tenido grandes beneficios. Para el capitalismo europeo, fue su acumulación originaria, su empuje inicial.
Hoy, 514 años después del grito que comenzaba a cambiar la historia, los pueblos americanos (hay quien los llama "precolombinos"), no se han recuperado aún del trauma que significó la llegada "del hombre blanco"; de grandes civilizaciones, tan o más desarrollados que los europeos, pasaron a ser mano de obra casi esclava, destruyéndoseles buena parte de su rico acervo cultural.

¿Se puede limpiar esa afrenta?

La historia siguió su curso; la historia oficial, aquella que cuentan los ganadores, intentó borrar esas grandes culturas transformando a sus miembros en ciudadanos de países inventados en estos últimos siglos: los incas pasaron a ser peruanos, los mayas guatemaltecos, los aymarás bolivianos, los aztecas mexicanos, etc. Las tierras saqueadas en la conquista, los recursos robados y enviados a España –que terminaron enriqueciendo a la emergente industria europea–, los miles y miles de vidas de amerindios segadas, la humillación a que se sometió a los pueblos americanos, la postración histórica a la que se les condenó y de la que hoy, como Tercer Mundo, cuesta tanto remontar… ¿se puede resarcir? ¿Quién lo va a pagar? ¿Cómo? La entrega del Premio Nobel de la Paz a la dirigente maya-quiché Rigoberta Menchú el día del 500 aniversario del inicio de la conquista es un buen gesto, pero no basta.
El 12 de octubre, más que día de festejo (¿qué festejar?) debería ser un día de vergüenza humana.
Marcelo Colussi
Rebelión