Las respuestas alevosas e incontroladas de la naturaleza (como Katrina) pueden tocarnos en cualquier sitio donde estemos.
Por fin quién lo envió: ¿Alá o Yahvé?… Es que mientras un indignado clérigo musulmán asegura que el huracán Katrina es una venganza de Alá contra un pueblo infiel, y para atestiguarlo acude a las profecías irrebatibles del Corán (“El desastre continuará golpeando a los infieles por lo que han hecho, o golpeará en tierras cercanas a su territorio hasta que se cumpla la promesa de Alá porque, en verdad, Alá no dejará sin cumplir su promesa”, 13:31); un rabino judío argumentaba, contextualizando mucho más sus palabras, que “[El huracán Katrina] es la venganza de Dios por el apoyo de América al plan de Sharon para expulsar a los judíos de Gaza. (...) Ayer vimos desde Israel cómo los funcionarios americanos, incluyendo el presidente George W. Bush ordenaban la evacuación forzosa de Nueva Orleáns. (...) Vemos en nuestras pantallas a un millón de personas obligadas a abandonar sus hogares. La gente llora ante las cámaras [igual que en la evacuación de Gaza] porque van a perder ‘todo lo que tenemos, todo aquello por lo que hemos trabajado’. (...) ¿Se trata de una coincidencia? No para los que creemos en el Dios de la Biblia y en la inmutabilidad de su Palabra”, concluyó el rabino.
No deja de resultar cuando menos curiosa esta coincidencia entre dos dioses en guerra eterna y tras los cuales se han escudado algunas de las ideas más extremistas e irreconciliables de los últimos diez siglos. Pero Katrina, obra del mal para muchos, ha sido capaz de éste y muchos otros “milagros”, como el de borrar ciudades con un clásico estilo bíblico que inevitablemente hace evocar la desaparición de Sodoma y Gomorra.
Lo que no acaba de convencerme es que la predestinación divina haya tenido tan macabro sentido de la selectividad y, entre los más golpeados, los más heridos (física y espiritualmente), entre los muertos, la mayoría hayan sido pobres gentes (muchos más negros que blancos, por demás), culpables si acaso de pecados como la fornicación, la blasfemia, la ingestión de alcohol y otras menudencias (en comparación con otros pecados que conocemos), e incluso, muchos de ellos buenos cristianos que cada domingo asistían a sus iglesias a cantar rítmicas loas al Señor.
Sin embargo, más que una maldición celestial ya escrita en los libros sagrados, está demostrado científicamente (al menos para los que todavía creemos en la ciencia) que la desgracia, la destrucción y la muerte de miles de personas ocurridas en el sur norteamericano en las últimas semanas es, sin duda, el resultado de las obras humanas.
Desde hace ya varios años comenzaron a escucharse los primeros gritos de alarma a causa de un proceso desconocido en el planeta, al menos desde que el hombre lo habita: el llamado “calentamiento global”, provocado esta vez no por los cambios climáticos generados por factores cósmicos o telúricos y que han afectado a la Tierra desde su formación. El causante de las alteraciones climáticas y meteorológicas era esta vez mucho más visible y fácil de identificar: todo se debía a la acción del hombre sobre el ambiente.
Si el caso de Katrina, como el del tsunami del Pacífico, ha conmovido tanto a la opinión pública, no se debe sólo a la espectacularidad de sus efectos y a la posibilidad de verlos casi en vivo en las pantallas de nuestros televisores. También se debe al hecho de que, luego de mucho anunciarlo, la naturaleza está demostrando casi a diario a los inquilinos de este planeta, sea cual sea la geografía donde habiten, que un derrame de petróleo en el Cantábrico, una fábrica contaminante en un descampado norteamericano, un aire acondicionado que deja escapar su gas en Australia, un auto que emite sus vapores en el Cairo o un autobús que contamina el cielo de La Habana, son acciones que atañen a toda la humanidad pues agreden nuestra casa común y las respuestas alevosas e incontroladas de la naturaleza pueden tocarnos en cualquier sitio donde estemos.
En un reciente artículo el científico Ross Gelbspan recordaba con nombre y apellido una serie de recientes catástrofes naturales que, en diversas partes del mundo, se presentaban como respuesta al ascendente e incontrolado calentamiento global: una tormenta con vientos de 200 Km. por hora que arrasó el servicio eléctrico de Escandinavia, las sequías y olas de calor en Arizona, España, Portugal y Francia, con los inevitables incendios forestales, pero paralelas a las intensas lluvias e inundaciones en Bombay y en Alemania. Y advertía, en su fundamentación, que el verdadero nombre de estos fenómenos no es otro que Calentamiento Global.
Buscando razones a la actitud que hasta hoy han sostenido muchas industrias, instituciones e incluso gobiernos frente a una “pandemia” climática planetaria, Gelbspan recordaba que para revertir el proceso sería necesario poner en práctica algo al parecer tan imposible como reducir en 70 por ciento el consumo de petróleo y carbón que hoy se quema en el mundo.
Sabedoras de qué hacen y los efectos de lo que hacen, las compañías que se han enriquecido calentando el planeta han llegado al extremo de pagar a equipos investigadores y comisiones científicas para alterar las previsibles conclusiones de sus prácticas productivas, en sobornos apenas millonarios capaces de permitirles obtener las ganancias multimillonarias con las que, además de enriquecerse, desbrozan el camino del calentamiento global. Mientras tanto, muchos gobiernos del mundo, en un acto de irresponsabilidad criminal, cierran ojos y oídos a las evidencias y advertencias, haciéndose cómplices de la espiral de devastación natural y contaminación ambiental causante de los efectos climáticos que, en forma de huracanes, tsunamis, olas de calor, sequías, inundaciones o tornados arrasan con una frecuencia cada vez más cerrada los cuatro puntos cardinales del planeta.
Nada humano me es ajeno, advierte la vieja máxima. Nada del clima me es ajeno, pudiera agregar hoy, desde mi casa de La Habana, pues como cualquier habitante de la Tierra me siento a merced de las venganzas de una naturaleza que, al parecer, llegó a los límites de su resistencia. Cada hombre es hoy parte de un problema que afecta a todos los hombres. Pero hay algunos que son más parte del problema, incluso, son el problema, y para los cuales los miles de muertos en el sur de los Estados Unidos no parecen ser un gran problema. Pero, como dijera José Martí refiriéndose a la poesía, o nos salvamos juntos o nos perdemos los dos. Así está hoy el juego “global” en el que se está dirimiendo no ya la riqueza y el confort de algunos, sino la vida de todos, en Cuba, en Burundi, en Ceilán y en Venice, California.
Leonardo Padura Fuentes. Escritor cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y han ganado numerosos premios en Cuba y el extranjero. Su más reciente obra es “La neblina del ayer.
Tomado de Tierrámerica
http://www.tierramerica.info/nota.php?lang=esp&idnews=765&olt=107
Por fin quién lo envió: ¿Alá o Yahvé?… Es que mientras un indignado clérigo musulmán asegura que el huracán Katrina es una venganza de Alá contra un pueblo infiel, y para atestiguarlo acude a las profecías irrebatibles del Corán (“El desastre continuará golpeando a los infieles por lo que han hecho, o golpeará en tierras cercanas a su territorio hasta que se cumpla la promesa de Alá porque, en verdad, Alá no dejará sin cumplir su promesa”, 13:31); un rabino judío argumentaba, contextualizando mucho más sus palabras, que “[El huracán Katrina] es la venganza de Dios por el apoyo de América al plan de Sharon para expulsar a los judíos de Gaza. (...) Ayer vimos desde Israel cómo los funcionarios americanos, incluyendo el presidente George W. Bush ordenaban la evacuación forzosa de Nueva Orleáns. (...) Vemos en nuestras pantallas a un millón de personas obligadas a abandonar sus hogares. La gente llora ante las cámaras [igual que en la evacuación de Gaza] porque van a perder ‘todo lo que tenemos, todo aquello por lo que hemos trabajado’. (...) ¿Se trata de una coincidencia? No para los que creemos en el Dios de la Biblia y en la inmutabilidad de su Palabra”, concluyó el rabino.
No deja de resultar cuando menos curiosa esta coincidencia entre dos dioses en guerra eterna y tras los cuales se han escudado algunas de las ideas más extremistas e irreconciliables de los últimos diez siglos. Pero Katrina, obra del mal para muchos, ha sido capaz de éste y muchos otros “milagros”, como el de borrar ciudades con un clásico estilo bíblico que inevitablemente hace evocar la desaparición de Sodoma y Gomorra.
Lo que no acaba de convencerme es que la predestinación divina haya tenido tan macabro sentido de la selectividad y, entre los más golpeados, los más heridos (física y espiritualmente), entre los muertos, la mayoría hayan sido pobres gentes (muchos más negros que blancos, por demás), culpables si acaso de pecados como la fornicación, la blasfemia, la ingestión de alcohol y otras menudencias (en comparación con otros pecados que conocemos), e incluso, muchos de ellos buenos cristianos que cada domingo asistían a sus iglesias a cantar rítmicas loas al Señor.
Sin embargo, más que una maldición celestial ya escrita en los libros sagrados, está demostrado científicamente (al menos para los que todavía creemos en la ciencia) que la desgracia, la destrucción y la muerte de miles de personas ocurridas en el sur norteamericano en las últimas semanas es, sin duda, el resultado de las obras humanas.
Desde hace ya varios años comenzaron a escucharse los primeros gritos de alarma a causa de un proceso desconocido en el planeta, al menos desde que el hombre lo habita: el llamado “calentamiento global”, provocado esta vez no por los cambios climáticos generados por factores cósmicos o telúricos y que han afectado a la Tierra desde su formación. El causante de las alteraciones climáticas y meteorológicas era esta vez mucho más visible y fácil de identificar: todo se debía a la acción del hombre sobre el ambiente.
Si el caso de Katrina, como el del tsunami del Pacífico, ha conmovido tanto a la opinión pública, no se debe sólo a la espectacularidad de sus efectos y a la posibilidad de verlos casi en vivo en las pantallas de nuestros televisores. También se debe al hecho de que, luego de mucho anunciarlo, la naturaleza está demostrando casi a diario a los inquilinos de este planeta, sea cual sea la geografía donde habiten, que un derrame de petróleo en el Cantábrico, una fábrica contaminante en un descampado norteamericano, un aire acondicionado que deja escapar su gas en Australia, un auto que emite sus vapores en el Cairo o un autobús que contamina el cielo de La Habana, son acciones que atañen a toda la humanidad pues agreden nuestra casa común y las respuestas alevosas e incontroladas de la naturaleza pueden tocarnos en cualquier sitio donde estemos.
En un reciente artículo el científico Ross Gelbspan recordaba con nombre y apellido una serie de recientes catástrofes naturales que, en diversas partes del mundo, se presentaban como respuesta al ascendente e incontrolado calentamiento global: una tormenta con vientos de 200 Km. por hora que arrasó el servicio eléctrico de Escandinavia, las sequías y olas de calor en Arizona, España, Portugal y Francia, con los inevitables incendios forestales, pero paralelas a las intensas lluvias e inundaciones en Bombay y en Alemania. Y advertía, en su fundamentación, que el verdadero nombre de estos fenómenos no es otro que Calentamiento Global.
Buscando razones a la actitud que hasta hoy han sostenido muchas industrias, instituciones e incluso gobiernos frente a una “pandemia” climática planetaria, Gelbspan recordaba que para revertir el proceso sería necesario poner en práctica algo al parecer tan imposible como reducir en 70 por ciento el consumo de petróleo y carbón que hoy se quema en el mundo.
Sabedoras de qué hacen y los efectos de lo que hacen, las compañías que se han enriquecido calentando el planeta han llegado al extremo de pagar a equipos investigadores y comisiones científicas para alterar las previsibles conclusiones de sus prácticas productivas, en sobornos apenas millonarios capaces de permitirles obtener las ganancias multimillonarias con las que, además de enriquecerse, desbrozan el camino del calentamiento global. Mientras tanto, muchos gobiernos del mundo, en un acto de irresponsabilidad criminal, cierran ojos y oídos a las evidencias y advertencias, haciéndose cómplices de la espiral de devastación natural y contaminación ambiental causante de los efectos climáticos que, en forma de huracanes, tsunamis, olas de calor, sequías, inundaciones o tornados arrasan con una frecuencia cada vez más cerrada los cuatro puntos cardinales del planeta.
Nada humano me es ajeno, advierte la vieja máxima. Nada del clima me es ajeno, pudiera agregar hoy, desde mi casa de La Habana, pues como cualquier habitante de la Tierra me siento a merced de las venganzas de una naturaleza que, al parecer, llegó a los límites de su resistencia. Cada hombre es hoy parte de un problema que afecta a todos los hombres. Pero hay algunos que son más parte del problema, incluso, son el problema, y para los cuales los miles de muertos en el sur de los Estados Unidos no parecen ser un gran problema. Pero, como dijera José Martí refiriéndose a la poesía, o nos salvamos juntos o nos perdemos los dos. Así está hoy el juego “global” en el que se está dirimiendo no ya la riqueza y el confort de algunos, sino la vida de todos, en Cuba, en Burundi, en Ceilán y en Venice, California.
Leonardo Padura Fuentes. Escritor cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y han ganado numerosos premios en Cuba y el extranjero. Su más reciente obra es “La neblina del ayer.
Tomado de Tierrámerica
http://www.tierramerica.info/nota.php?lang=esp&idnews=765&olt=107
No hay comentarios.:
Publicar un comentario