Felipe Calderón se encuentra en una nueva fase de su “guerra” contra el narcotráfico. Desde hace algunas semanas el presidente ha llamado a la sociedad para que lo secunde en su pretendida solución de fuerza ante un problema que va más allá de lo delictivo.
Lo que Calderón pretende es involucrar a la población civil en su lógica guerrera. Desde el inicio de su estrategia ha desplegado una intensa propaganda para tratar de convencer a los mexicanos que estamos en una verdadera lucha armada.
Pero como es muy seguro que sus llamados caigan en el vacío, debido a la extendida red tejida durante décadas por el narcotráfico en los ámbitos económico, político y social, será necesario que la estrategia presidencial tenga que escalar.
Ya con los militares en las calles y con el aparato propagandístico dedicado a introducir en la sociedad el discurso de la violencia, lo que sigue es que los civiles se sumen a su batalla.
Hay distintas maneras de hacerlo. Una es intensificar el uso de la propaganda, elemento central en toda estrategia de guerra. Otra, dirigir a líderes sociales para organizar distintas manifestaciones de apoyo.
Hay otra forma, más peligrosa, de movilizar a los ciudadanos: involucrar directamente a algunos sectores de la población para enfrentar a los grupos armados del narcotráfico.
La tentación de “la solución Colombia” ahí está: armar a particulares para defenderse, toda vez que el Ejército no tiene la capacidad de desplegarse al mismo tiempo en todo el territorio para sostener una campaña de confrontación permanente con el narcotráfico.
El propio Calderón ha dicho que será una confrontación larga, lo que implica un gasto que el Estado mexicano no puede sostener. Con trabajos, el Ejército y la Marina tienen recursos para enfrentar las crecientes tareas que se les han asignado tanto en seguridad pública como apoyo a la sociedad civil en desastres naturales.
El inicio de la temporada de huracanes, por cierto, aumentará la demanda sobre las Fuerzas Armadas. Difícilmente éstas podrán tener dos frentes abiertos al mismo tiempo con la intensidad militar que según Calderón se requiere contra el narcotráfico.
Además, la “guerra” de Calderón no es de tipo convencional, lo que dificulta la acción de los militares. En todo caso, es una confrontación irregular para la cual el Ejército, la Fuerza Aérea ni la Marina tienen preparación.
Tan irregular es, que no se sabe a ciencia cierta a cuántos elementos se enfrentan las fuerzas del Estado mexicano. ¿De qué tamaño es el “enemigo”? ¿En qué frentes territoriales es más fuerte el ejército de sicarios? ¿De qué armamento dispone? ¿Cuáles y en dónde están sus redes de protección oficial? ¿A cuántas ascienden en realidad las bajas, civiles y militares desde que iniciaron los operativos?
El intenso discurso presidencial nada ha dicho sobre esto, pero su lógica de guerra lo ha llevado a elevar a “héroes” a cinco de los militares caídos en Michoacán. También contrastante es su silencio sobre el llamado mando unificado de las policías.
Ni la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) ni la Policía Federal Preventiva (PFP) tienen la intención de trabajar juntos. Ni los agentes adscritos a la Procuraduría General de la República (PGR) ni los elementos –mayoritariamente militares– adscritos a la Secretaría de Seguridad Pública (SSPF) están dispuestos a cumplir el propósito de Calderón.
La creación del Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal del Ejército respondió a esa falta de entendimiento, pero también es la más clara manifestación de que para el presidente la solución tiene que ser militar.
En esa misma lógica de guerra, Calderón no tiene más en quien confiar, pues la verdadera crisis está en la policía civil.
Pero como toda guerra exige armisticios, tendrá finalmente que hacer lo que debió hacer desde un principio: negociar.
Si su pretensión es hacerlo con un “enemigo” diezmado, una vez que le haya causado un número significativo de bajas al narcotráfico, lo hará a costa de un elevado número de muertos, sobre todo si decide involucrar directamente a los civiles, y de un desgaste de las Fuerzas Armadas.
Hoy sabemos cuándo, cómo y por qué Calderón sacó a los militares a pelear este irregular embate. Lo que no sabemos es cuándo y cómo regresarán de esa “guerra”. (18 de mayo de 2007)
Jorge Carrasco Araizaga
C E N C O A L T
Centro de Comunicación Alternativa
http://mx.geocities.com/cencoalt/index.html
Lo que Calderón pretende es involucrar a la población civil en su lógica guerrera. Desde el inicio de su estrategia ha desplegado una intensa propaganda para tratar de convencer a los mexicanos que estamos en una verdadera lucha armada.
Pero como es muy seguro que sus llamados caigan en el vacío, debido a la extendida red tejida durante décadas por el narcotráfico en los ámbitos económico, político y social, será necesario que la estrategia presidencial tenga que escalar.
Ya con los militares en las calles y con el aparato propagandístico dedicado a introducir en la sociedad el discurso de la violencia, lo que sigue es que los civiles se sumen a su batalla.
Hay distintas maneras de hacerlo. Una es intensificar el uso de la propaganda, elemento central en toda estrategia de guerra. Otra, dirigir a líderes sociales para organizar distintas manifestaciones de apoyo.
Hay otra forma, más peligrosa, de movilizar a los ciudadanos: involucrar directamente a algunos sectores de la población para enfrentar a los grupos armados del narcotráfico.
La tentación de “la solución Colombia” ahí está: armar a particulares para defenderse, toda vez que el Ejército no tiene la capacidad de desplegarse al mismo tiempo en todo el territorio para sostener una campaña de confrontación permanente con el narcotráfico.
El propio Calderón ha dicho que será una confrontación larga, lo que implica un gasto que el Estado mexicano no puede sostener. Con trabajos, el Ejército y la Marina tienen recursos para enfrentar las crecientes tareas que se les han asignado tanto en seguridad pública como apoyo a la sociedad civil en desastres naturales.
El inicio de la temporada de huracanes, por cierto, aumentará la demanda sobre las Fuerzas Armadas. Difícilmente éstas podrán tener dos frentes abiertos al mismo tiempo con la intensidad militar que según Calderón se requiere contra el narcotráfico.
Además, la “guerra” de Calderón no es de tipo convencional, lo que dificulta la acción de los militares. En todo caso, es una confrontación irregular para la cual el Ejército, la Fuerza Aérea ni la Marina tienen preparación.
Tan irregular es, que no se sabe a ciencia cierta a cuántos elementos se enfrentan las fuerzas del Estado mexicano. ¿De qué tamaño es el “enemigo”? ¿En qué frentes territoriales es más fuerte el ejército de sicarios? ¿De qué armamento dispone? ¿Cuáles y en dónde están sus redes de protección oficial? ¿A cuántas ascienden en realidad las bajas, civiles y militares desde que iniciaron los operativos?
El intenso discurso presidencial nada ha dicho sobre esto, pero su lógica de guerra lo ha llevado a elevar a “héroes” a cinco de los militares caídos en Michoacán. También contrastante es su silencio sobre el llamado mando unificado de las policías.
Ni la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) ni la Policía Federal Preventiva (PFP) tienen la intención de trabajar juntos. Ni los agentes adscritos a la Procuraduría General de la República (PGR) ni los elementos –mayoritariamente militares– adscritos a la Secretaría de Seguridad Pública (SSPF) están dispuestos a cumplir el propósito de Calderón.
La creación del Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal del Ejército respondió a esa falta de entendimiento, pero también es la más clara manifestación de que para el presidente la solución tiene que ser militar.
En esa misma lógica de guerra, Calderón no tiene más en quien confiar, pues la verdadera crisis está en la policía civil.
Pero como toda guerra exige armisticios, tendrá finalmente que hacer lo que debió hacer desde un principio: negociar.
Si su pretensión es hacerlo con un “enemigo” diezmado, una vez que le haya causado un número significativo de bajas al narcotráfico, lo hará a costa de un elevado número de muertos, sobre todo si decide involucrar directamente a los civiles, y de un desgaste de las Fuerzas Armadas.
Hoy sabemos cuándo, cómo y por qué Calderón sacó a los militares a pelear este irregular embate. Lo que no sabemos es cuándo y cómo regresarán de esa “guerra”. (18 de mayo de 2007)
Jorge Carrasco Araizaga
C E N C O A L T
Centro de Comunicación Alternativa
http://mx.geocities.com/cencoalt/index.html
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