Noches atrás, un reportero de televisión los llamaba "sujetos", para diferenciarlos de sí mismo y de la policía robocópica que los agredía en ese momento, para quienes reservaba el "personas" y el "nosotros". Y pensé en lo mal repartidas que están las cosas.
Los "sujetos", que la pantalla presenta como una mera emanación del caos, están en la primera línea de la resistencia de todo un pueblo, aunque el tirano lo intente borrar con una arbitraria reducción de cifras (unos "3 mil revoltosos", "una sola avenida", como aquellos "tres o cuatro municipios" de 1994) a quienes llevaron adelante el verano de su descontento y hoy sufren el asedio de batallas que, aunque insistan los represores, distan de ser finales.
"Les van a faltar cárceles", desafiaba un maestro en el Zócalo oaxaqueño hace ya tres meses. Detrás de esos "sujetos" arrojando piedras y cocteles incendiarios contra tanquetas electrificadas y líneas grises de agentes blindados que vienen a desalojarlos, se encuentra un pueblo. Mejor dicho, muchos pueblos, pues Oaxaca es el mosaico de pueblos y culturas más diverso del país (y con sus 16 lenguas me atreverá a decir que del continente). Tal es la evidencia que la policía federal, el ministerio público, los discursos de Presidencia y el gobernador, los pistoleros y policías disfrazados, los medios de comunicación y el futuro presidente pretenden borrar.
Si en verdad fueran "centenares de sujetos", un día hubiera bastado para someterlos. Es toda una ciudad. Y más que eso. La resistencia en la capital de Oaxaca la hacen millares de pobladores de allí, y campesinos, maestros y estudiantes de todo el estado que, como se sabe, es muy grande. La ciudad refleja a la entidad, la contiene. Si el gobierno priísta amaga con soltar 20 mil adeptos para instaurar su orden, es posible que los tenga. Y qué. No hacían falta las elecciones del 2 de julio para probar que la resistencia oaxaqueña la respaldan centenares de miles, quizá millones. El priísmo decrépito sólo aspira a aumentar el dolor de su pueblo (que es lo último que importa a estos nuevos próceres dispuestos a sobrevivir aún sobre un campo de muertos: se llama fascismo).
Cosificar al pueblo, reducirlo, criminalizarlo, son intentos desesperados por quebrar algo inédito: la sublevación de pueblos enteros, respaldados por su extensísima diáspora en el país y Estados Unidos. ¿Dónde queda la lógica de un estadista legítimo en quien se comporta como un enfermo mental a la vista de todos?
La desigualdad en México es desesperante, espantosa, asquerosa. E invisible para quienes no la padecen. Las malas noticias del movimiento popular oaxaqueño es que eso existe. Que el sistema político y económico es criminal. Destruye el campo, y con él los pueblos. Aniquila los tejidos comunitarios, las costumbres de nuestra riqueza plural. Más que proletarizar, lumpeniza a las personas, las machaca y desconstruye. Detrás de la escenografía urbana de centros comerciales, avenidas y zonas residenciales que uniforman y americanizan el paisaje urbano, de norte a sur existe el México de la pobreza, pero también de la comunalidad y la resistencia.
Los mediáticamente desdeñables "appos", que para colmo no respetan a los reporteros mentirosos y vendidos (y les regalan la oportunidad farisea de mostrarse en sus propias pantallas como "héroes de la libertad de expresión"), componen, por millares, una estructura social inédita en nuestro país (cuando menos). Estamos hablando de Oaxaca, la tierra del tequio o trabajo colectivo gratuito para el bien general, y de la comunalidad, esa riqueza civilizatoria profunda (Guillermo Bonfil dixit) de los pueblos mesoamericanos que 500 años de colonización no han logrado quebrar, y hoy levanta barricadas.
Oaxaca prueba, como lo hacen los mayas de Chiapas desde la década pasada, que la comunalidad es una forma elevada de convivencia, y que llegados al extremo de no dejarse más y no morir, es un instrumento de la resistencia, un arma casi invencible, no importa cuantos ejércitos o policías los aplasten y sobrevuelen. Ante la determinación de los oaxaqueños, también les van a faltar cementerios. Si los foxes y calderones, los mandos de la Policía Federal Preventiva y los cerebros de la "seguridad nacional" (que al verlos "operar" uno se pregunta si cuidan la de México o la de Washington) no entienden que lastimar a un pueblo que se defiende, con razón y con razones, les asegura la ignominia histórica en un plazo no lejano, mal nos irá en lo inmediato.
La ficción neoliberal, su peña de millonarios obscenamente ricos y su nube de clases medias hipnotizadas en la Jauja virtual de los patrones han encontrado en el heroísmo de los indígenas y mestizos oaxaqueños -purititos mexicanos de bien abajo- la horma de su zapato. Insistan en su intocable Ulises y su chuequísimo "estado de derecho". Anden, coman lumbre. La historia no los absolverá, y mucho menos la memoria del pueblo mexicano.
Hermann Bellinghausen
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