Nunca antes se habían manifestado nuestros pueblos indios con tales constancia, unión y claridad. En esta hora definitoria del futuro mexicano, hablan y actúan aún más que en 1994, cuando el alzamiento zapatista en Chiapas la hizo de despertador de la conciencia nacional y los pueblos de toda la República encontraron que no estaban solos. Y por supuesto se escuchan más que en 1992, cuando los dichosos "500 años" terminaron de dar la vuelta y ya nunca más se celebró la conquista; esa efeméride se volvió denuncia histórica de tribus, naciones y pueblos (mal llamados "etnias") en la América entera.
Si una deuda pública sigue pendiente para México no es la del Fondo Monetario Internacional o los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, sino con sus propios pueblos. El Estado les debe una ley verdadera, un trato digno, un respeto a fondo de sus lenguas, tradiciones y formas de ejercer la democracia. Pero lejos de saldar la cuenta, el Estado nacional y los poderes económicos se ensañan con las tierras, aguas, bosques, costas y culturas indígenas. Hay una política sostenida de despojo, expulsión, marginación y desintegración; todas, formas del habitual genocidio capitalista que ya no pueden ser silenciosas. Los propios pueblos rompen el silencio al que los quieren condenar.
El documento elaborado y divulgado por los pueblos de Oaxaca (en estas páginas), y la Declaración de Mezcala, del Congreso Nacional Indígena, son expresiones de última hora de cuanto se mueve en la nada desdeñable franja de la población indígena de México, el país americano donde ésta es más abundante a pesar del denodado esfuerzo censal, agrario, judicial y educativo por desaparecerla del mapa. Si los pueblos dependieran de los aparatos de Estado y sus limosnas clientelares, ya estaríamos llorando la muerte calderoniana de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, último suspiro del indigenismo, más muerto que la reforma agraria post-revolucionaria, que ya es decir.
Asediados por los partidos políticos, principales causantes de las divisiones comunitarias (ya ni siquiera las religiones), se desenvuelven políticamente y con alcance nacional por fuera de la cosa partidaria. Las experiencias de la autonomía zapatista, los municipios oaxaqueños, los gobiernos tradicionales yoremes, wixáritari, totonacas, purépechas, amuzgos y seris confirman que las interferencias institucionales son sanamente prescindibles, o en todo caso ya no puede ejercerse la acción gubernamental sin el concurso y el control de pueblos y comunidades.
Los de abajo tienen prendidos sus propios focos rojos: las tierras ejidales y comunitarias en proceso de privatización neoporfiriana, los derechos humanos más elementales, sus recursos naturales y productos agrícolas (empezando por el maíz) en sus territorios y lugares sagrados absorbidos y destruidos en aras del turismo, la minería, las autopistas, los campos de golf, las hidroeléctricas y las aguas embotelladas. Sus lenguas. Sus identidades y derechos de pertenencia.
A mayor embate del desbocado capitalismo neoliberal (potencialmente suicida), nacen y embarnecen más reacciones, resistencias y alternativas en los pueblos indígenas. Los trabajadores migrantes en Sinaloa, Baja California y Estados Unidos han encontrado en su identidad originaria la mejor arma para defenderse, organizarse y prevalecer contra las adversidades de una "modernidad" que los niega. El Congreso, los medios masivos, el poder judicial y el sistema económico tratan de quitarlos del lugar que conquistaron la década pasada, en el centro de los debates y prioridades nacionales. Pero nunca más habrá país sin ellos.
Los indios de México llevan a cabo una transformación profunda por abajo, justo ahora que la democracia institucional se desmorona a pocos años de nacida, vira hacia el autoritarismo policíaco-militar y acelera la entrega de nuestra soberanía a las empresas globales. La mayor parte de estos pueblos eligen la vía civil y pacífica, como lo demuestra La Otra Campaña convocada por el zapatismo y asumida plenamente por el CNI en toda la República. De allí los quiere descarrilar el poder, para llevarlos al callejón de las patadas y las cárceles. La comunalidad pacífica y constructiva sabe levantar barricadas y defenderlas, pero la meta no está en su mera resistencia, sino en lograr que México sea también de ellos para que siga siendo de todos. Cambios veremos.
Tomado de la publicación Ojarasca de La Jornada 16-XII-06
Si una deuda pública sigue pendiente para México no es la del Fondo Monetario Internacional o los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, sino con sus propios pueblos. El Estado les debe una ley verdadera, un trato digno, un respeto a fondo de sus lenguas, tradiciones y formas de ejercer la democracia. Pero lejos de saldar la cuenta, el Estado nacional y los poderes económicos se ensañan con las tierras, aguas, bosques, costas y culturas indígenas. Hay una política sostenida de despojo, expulsión, marginación y desintegración; todas, formas del habitual genocidio capitalista que ya no pueden ser silenciosas. Los propios pueblos rompen el silencio al que los quieren condenar.
El documento elaborado y divulgado por los pueblos de Oaxaca (en estas páginas), y la Declaración de Mezcala, del Congreso Nacional Indígena, son expresiones de última hora de cuanto se mueve en la nada desdeñable franja de la población indígena de México, el país americano donde ésta es más abundante a pesar del denodado esfuerzo censal, agrario, judicial y educativo por desaparecerla del mapa. Si los pueblos dependieran de los aparatos de Estado y sus limosnas clientelares, ya estaríamos llorando la muerte calderoniana de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, último suspiro del indigenismo, más muerto que la reforma agraria post-revolucionaria, que ya es decir.
Asediados por los partidos políticos, principales causantes de las divisiones comunitarias (ya ni siquiera las religiones), se desenvuelven políticamente y con alcance nacional por fuera de la cosa partidaria. Las experiencias de la autonomía zapatista, los municipios oaxaqueños, los gobiernos tradicionales yoremes, wixáritari, totonacas, purépechas, amuzgos y seris confirman que las interferencias institucionales son sanamente prescindibles, o en todo caso ya no puede ejercerse la acción gubernamental sin el concurso y el control de pueblos y comunidades.
Los de abajo tienen prendidos sus propios focos rojos: las tierras ejidales y comunitarias en proceso de privatización neoporfiriana, los derechos humanos más elementales, sus recursos naturales y productos agrícolas (empezando por el maíz) en sus territorios y lugares sagrados absorbidos y destruidos en aras del turismo, la minería, las autopistas, los campos de golf, las hidroeléctricas y las aguas embotelladas. Sus lenguas. Sus identidades y derechos de pertenencia.
A mayor embate del desbocado capitalismo neoliberal (potencialmente suicida), nacen y embarnecen más reacciones, resistencias y alternativas en los pueblos indígenas. Los trabajadores migrantes en Sinaloa, Baja California y Estados Unidos han encontrado en su identidad originaria la mejor arma para defenderse, organizarse y prevalecer contra las adversidades de una "modernidad" que los niega. El Congreso, los medios masivos, el poder judicial y el sistema económico tratan de quitarlos del lugar que conquistaron la década pasada, en el centro de los debates y prioridades nacionales. Pero nunca más habrá país sin ellos.
Los indios de México llevan a cabo una transformación profunda por abajo, justo ahora que la democracia institucional se desmorona a pocos años de nacida, vira hacia el autoritarismo policíaco-militar y acelera la entrega de nuestra soberanía a las empresas globales. La mayor parte de estos pueblos eligen la vía civil y pacífica, como lo demuestra La Otra Campaña convocada por el zapatismo y asumida plenamente por el CNI en toda la República. De allí los quiere descarrilar el poder, para llevarlos al callejón de las patadas y las cárceles. La comunalidad pacífica y constructiva sabe levantar barricadas y defenderlas, pero la meta no está en su mera resistencia, sino en lograr que México sea también de ellos para que siga siendo de todos. Cambios veremos.
Tomado de la publicación Ojarasca de La Jornada 16-XII-06
No hay comentarios.:
Publicar un comentario