09 noviembre, 2006

Decidimos morir peleando.

Palabras del Delegado Zero en la Colonia San Luis, Durango, Durango.
Reunión de adherentes 5 de noviembre del 2006.

Bueno, buenas noches otra vez, compañeros y compañeras. Antes que nada gracias a las organizaciones, grupos, colectivos, e individuos de Durango que nos recibieron. A la COCOPO que nos está dando el hospedaje, como anfitriones. Y un saludo especial de las comunidades indígenas zapatistas para quienes aquí en Durango levantan bien alto la “A” del anarquismo, de los punks y de los libertarios.

Compañeros y compañeras: quisiera contestar algunas de las preguntas o dudas que se han dado aquí, que reflejan en el mejor de los casos confusión, y en el peor de los casos, mala leche —o sea, leche Lala, ¿lo tomaste eso? no lo tomaste, bueno—.

Miren compañeros: el EZLN no tiene 12 años, tiene 23 años el próximo 17 de noviembre. Y el primero de enero, cumplimos trece años de habernos alzado en armas. Chiapas estaba en la así misma situación que están describiendo ustedes aquí en Durango: que nadie se acordaba de él y parecía que no pasaba nada en Chiapas.

Bueno, entonces, Chiapas no existía para el resto del país en su población indígena. Ahí somos indígenas de raíz maya: tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, zoques, mames. Nuestra gente, las comunidades zapatistas no hablan español en su mayoría, hablan lengua indígena.

Y todas sus tierras estaban en manos de los grandes latifundistas —que en Chiapas les decimos finqueros—. No había carreteras. Los coyotes —o sea, los intermediarios— se quedaban con el producto igual que aquí en Durango, según nos han contado. Y los servicios de salud y de educación, ni siquiera por equivocación llegaban a las montañas del sureste mexicano.

Ante esta situación, empezaron a morir muchos niños menores de cinco años: miles de ellos. Que por supuesto nunca aparecieron en las estadísticas, porque ni siquiera llegaba el INEGI, o el gobierno a hacerles actas de nacimiento, por lo tanto, tampoco tenían actas de defunción. Llegamos a una situación desesperada. Teníamos que elegir cómo morirnos: si peleando o por enfermedades curables. Y decidimos morir peleando.

Nos alzamos el primero de enero del 94, y no sólo nos dimos a conocer al mundo, sino que también, con las armas en la mano, tomamos la tierra compa. La que era de los finqueros, esos finqueros que nos prohibían a los indígenas a andar en la banqueta y nos obligaban a andar en la calle. Ésos que cuando una mujer joven se casaba, tenía que pasar primero por la cama del finquero. Ésos que se burlaban de la forma en que hablábamos, de nuestro color, de cómo vestíamos, salieron corriendo. Porque todo su poder estaba fundamentado en sus guardias blancas y paramilitares.

Después de años de estar sembrando entre las piedras del cerro, cosechando con trabajos media tonelada o menos de maíz en una hectárea, pudimos tomar la tierra que antes se dedicaba para la explotación intensiva del ganado para los grandes finqueros. Y tomamos la tierra y la repartimos en colectivo. Y cambiamos el uso del suelo: empezamos a sembrar maíz y frijol, y verduras, para nuestras mesas, no para las mesas del poderoso.

El gobierno federal, compañeros y compañeras, ni el estatal, ni siquiera los municipales, mandan en territorios zapatistas. Mandan lo que se llama los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas y las Juntas de Buen Gobierno. No recibimos absolutamente ningún programa de apoyo gubernamental. Y gracias a eso, y gracias a eso que hemos recibido: la ayuda internacional, y la ayuda nacional de gente o de alguna gente como la que está aquí.

Y no ha sido ni para enriquecer al EZLN, ni para hacer las giras y reunioncitas que tanto le molestan al compañero, sino para levantar escuelas donde no había nada. Para preparar maestros, mismos de la comunidad. Para hacer hospitales y farmacias donde la atención y la medicina son gratuitas. Cualquier comunidad zapatista vive en mejores condiciones que las comunidades que reciben apoyo gubernamental.

Ustedes pueden elegir no creerme y tienen la opción siempre, si es posible, ir a las comunidades zapatistas, o revisar lo que mismo publica la prensa de investigaciones del gobierno, del INEGI, que dice que los únicos municipios en Chiapas que han mejorado su nivel de vida, son los que tienen presencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Los niños y las niñas que antes morían antes de los cinco años. O que a los siete u ocho tenían que cargar leña, o empezar a trabajar en el campo, ahora van a la escuela. Y no aprenden a avergonzarse ni de su color, ni de su lengua, ni de ser indígenas. No aprenden la historia que ofrecen allá arriba, sino que aprenden la historia del levantamiento. La historia de sus compañeros, de sus padres, de sus madres, de sus hermanos, de sus tíos, de sus tías, que fueron los que lucharon y que le dieron otro rumbo no sólo a su nivel de vida, sino a su ser indígena.

Porque en Chiapas, después de muchos siglos, ser indígena ahora es un orgullo. Y antes era una vergüenza. Cualquiera de ustedes puede ver que en esos doce años, las comunidades indígenas zapatistas tienen un nivel de vida mejor, mayor esperanza de vida, mejor educación, mejor salud, y mejor alimentación. Porque se prohibió el consumo del alcohol, y el dinero que antes se usaba en el trago, ahora se tiene que usar para mejorar el vestido y la comida de las comunidades.

Sin embargo, a pesar de todo esto, nuestra demanda principal —también como dijo el compañero— era por los pueblos indios. Pero nosotros nunca pedimos limosnas. No pedimos que hubiera programas de apoyo. Nosotros pedimos que en la ley máxima de esta República, que es la Constitución, se reconocieran los derechos y la cultura de los pueblos indios. Se trataba de una deuda que este país no ha acabado de pagar, después de tantos años de independencia. Después de todos los años de La Colonia, y después de todos los años del México prehispánico —que le dicen—.

Y nosotros lo que estábamos pidiendo era que este país dejara de avergonzarse de tener raíz indígena. De haberse levantado sobre el color, la lengua y la cultura de los indígenas, y les reconociera el derecho que tenían antes que españoles, norteamericanos, franceses, y cualquier nacionalidad que tenga el dinero les había despojado.

Los derechos y la cultura indígena decían, entre otras cosas —dicen—, que el territorio es propiedad de los pueblos indios, y que nadie —absolutamente nadie—, ni el gobierno, ni el empresario puede hacer nada sin permiso de las comunidades. Ni robarse el agua, ni despojar a tierra, ni cortar madera, ni extraer minerales o petróleo, en suma, no se puede atentar contra la naturaleza, si no es con la aprobación de los pueblos indios.

Eso decían los Acuerdos de San Andrés, que no sólo firmó el EZLN, sino 40 pueblos indios de México. Algunos de ellos que tienen territorio aquí en Durango, como los wirarikari o huicholes —les dicen ustedes— que fue el compañero Lauro que pasó. Su territorio abarca parte de Jalisco, de Durango y de Nayarit.

Cuando nosotros hicimos esta demanda, hicimos una gran movilización. Se juntó millones de mexicanos y mexicanas que apoyaban, y cientos de miles en otras partes del mundo. Y el gobierno y la clase política —ésa que ahora tanto entusiasma a algunos aquí—, es decir: el PRD, el PRI y el PAN, hicieron el acuerdo de desconocer nuestros derechos. Y ubicarnos a los indígenas como alguien objeto de la limosna, de la lástima, de la caridad, y de la pena ajena.

Ahí nosotros decidimos romper con la clase política, con toda la clase política, y empezar a buscar otra forma de hacer las cosas. Aquellos y aquellas que están esperando encontrar en la Otra Campaña un liderazgo, se equivocaron de reunión, se equivocaron de canal, y se equivocaron de campaña por supuesto.

Si están buscando a alguien que los dirija, alguien que les diga qué hacer, alguien que los acuerpe, ahí está el cuento engañabobos del FAP —el Frente Amplio Progresista—, que está lleno de puros ex priístas, primero. Hay que leer los periódicos. O la CND que está dirigida por puros ex salinista —hay que leer los periódicos—. O el gabinete de López Obrador en el que hay algunos que desempeñaron una actitud de crimen en contra de los pueblos indios zapatistas, como su flamante secretario de relaciones internacionales que se llama Gustavo Iruegas, que es un asesino: autor intelectual de la matanza de Acteal, fue parte del equipo negociador de Zedillo, cuando la mesa de San Andrés.

Todas esas cosas, si quieren no las decimos, pero ahí están. A lo mejor ustedes quieren obviar todos los agravios que la clase política, que es como un circo donde los trapecistas pasan de una pista a otra —y donde un priísta un día es panista, y otro día es perredista y otro día está otra vez priísta—. Nosotros no venimos a interrumpirlos. Que les vaya bien. Pero donde va a llevar eso, no es a donde vamos nosotros. Nosotros vamos para otro lado.

No es cierto que las líneas paralelas vayan a terminar por juntarse. Ellos van para otro lado. Y ese lado va a cosechar en Durango y en el resto del país, una nueva desilusión y un nuevo engaño. Ustedes pueden creer —erróneamente— que si hubiera ganado el PRD, las cosas iban a cambiar. Ganó el PRD, le hicieron trampa, y no fue el EZLN ni la Otra Campaña la que se lo hizo: fue el IFE —que tanto aplaudió el PRD en su momento—, fue Fox —a quien se le llamó un gran estadista cuando dio marcha atrás en el desafuero— y fueron los diputados y senadores que acaban de conseguir el puesto por el PRD.

Nosotros compañeros y compañeras no estamos buscando a quién dirigir. No venimos a Durango a buscar tropa, ni a buscar masas para que hagan lo que les digamos. Pero tampoco venimos a buscar que nos dirijan ustedes, Nosotros venimos a buscar en Durango quién quiere luchar. Y a ofrecerle hacer trato: ustedes luchen aquí, nosotros allá y nos apoyemos. Y por eso no es sólo la Otra Campaña del EZLN, sino que hay partes por todos lados. En todo el país, y en toda la República.

Porque así como la radiografía que nos hicieron de Durango, pudiera funcionar para la Comarca Lagunera, para Chihuahua, para las dos Baja Californias, para Sonora, para Sinaloa, para Quintana Roo, para cualquier estado. Cámbienle la bandera y el escudo, y es la misma historia de despojo, de humillación.

Si en algún momento pensaron que las maquiladoras eran prerrogativa del norte, se equivocan. Quintana Roo, Yucatán y Campeche están llenos de maquiladoras. Si piensan que el despojo de tierras es exclusivo del norte: equivocados. Empieza desde el límite con Guatemala y llega hasta Baja California.

Lo que está pasando ahora en este recorrido es que se está rompiendo la aparente división que se dio por los analistas políticos, a raíz de las elecciones, que dijeron: el norte es azul, por lo tanto es de derecha. Y el sur es amarillo, por lo tanto es de izquierda. Y el argumento de Fox y de muchos grandes empresarios de que el norte tiene un alto nivel de vida, de hecho podría ser un estado de la Unión Americana, mientras que el sur está más cercano a Centroamérica y tiene niveles de vida parecidos a los de Guatemala, El Salvador u Honduras.

La Otra Campaña con esta gira que tanto les molesta, ha demostrado que eso es una falsedad. Que hay la misma pobreza, el mismo desempleo, la misma destrucción, el mismo desprecio a las mujeres, la misma criminalización de la lucha social, la humillación y los insultos a los jóvenes por ser jóvenes. El mismo desprecio a los ancianos, porque ya no sirven. Y la misma corrupción desde la escuela, en la calle, para los niños.

Lo que está proponiendo la Otra Campaña compañeros y compañeras es que Durango rompa, como rompió Chiapas en 94, eso de que no pasa nada en Durango. Y no que venga alguien de fuera: ni Marcos, ni el EZLN, ni cualquiera de las organizaciones que estamos en la karavana, porque nosotros sólo venimos a escucharlos. Y nuestro único compromiso es: esto que nos contaron, que lo conozcan en el resto del país. Porque, créanme, no se conoce. No se sabe todo lo que está pasando.

Se supone que Durango era un estado rico, donde todos estaban contentos e íbamos a ver los grandes letreros de la gente apoyando al gobernador, y a Fox por supuesto. Y no ha pasado en ningún estado de la República, salvo que los cuatro que nos faltan, algo extraordinario ocurra, es mentira compañeros. El norte, el centro y el sur de México tiene el mismo dolor: una clase política parásita, completa toda ella, todos los partidos políticos sin distinción. Y una clase empresarial estúpida y vende patrias.

Si uno recorre la península de Baja California, en la parte sur, en Baja Sur, empieza a ver los letreros en inglés de tierras que se venden. Tierras que eran de mexicanos y que ahora son propiedad de norteamericanos. Pero eso también lo vimos en Quintana Roo. Cerca de la frontera con Guatemala. Las mejores tierras están siendo acaparadas por estas gentes y se están rehaciendo los grandes latifundios.

Nos hablaron de las maquiladoras. En Puebla, hablamos con jóvenes y jóvenas —decimos nosotros— como los que están aquí, que trabajan en maquiladoras —ellos son de raíz indígena— por 45 pesos al día, por 16 horas de trabajo. Si revisan sus libros de historia y lo comparan con las condiciones laborales en la época de Porfirio Díaz van a ver muchas semejanzas.

No se trata de que en este cuaderno esté lleno de quejas. Quien piense eso está equivocado, y si quiere, cuando terminemos se lo presto. Está lleno de rebeldías y de organización. Porque Durango no es la queja, no es cierto. Nosotros no estamos escuchando eso. Estamos escuchando la organización que hay aquí para resistir. Y que corre el riesgo de ser derrotada, igual que nosotros en Chiapas, o cualquier otra organización en cualquier parte del país, si pelea sola, si lucha sola.

Lo que nosotros estamos proponiendo es, en efecto, una unidad, un movimiento donde nadie mande, sin líderes, sin dirigentes que se corrompan, que sean cooptados. O aunque salgan buenos, no los queremos. Queremos que cada quien reconozca su lugar y le ofrezca al otro el respeto a su trabajo y a su lucha.

En resumen, compañeros: en Durango nadie debe mandar, más que Durango. Eso es lo que decimos nosotros. Y que la gente de abajo es la que tiene que deshacerse de la gente de arriba, y tomar en sus manos no sólo el gobierno: la tierra, los medios de producción, las escuelas, las universidades, todo lo que se plantea un movimiento de rebelión nacional. Pero no solos, ni por su cuenta, ni a la hora que se les ocurra. Sino que hagamos ese acuerdo, para hacerlo todos juntos al mismo tiempo.

Ahorita, en esta primera etapa de la gira, estamos conociéndonos. Sabiendo qué está pasando en cada estado, quién está y quién no está. Hace un rato en Gómez Palacios decíamos que nosotros no estamos buscando gente que viva mal, porque ésa pues ahora sí que son varios millones —más de 80 millones de mexicanos—. Estamos buscando gente que quiera luchar, no es lo mismo.

Y esa gente que quiere luchar: sea anarquista, libertaria, punk, comunista, socialista, zapatista o nada, que ella misma sola se nombre, tiene un lugar en la Otra Campaña si lo que se propone no es seguir a alguien, sino construirse su propio camino. Y ese camino tiene que pasar —decimos nosotros— por la reconstrucción de nuestra patria. Y esa reconstrucción pasa sobre el cadáver de la clase política mexicana actual y el empresariado.

Si para eso tenemos que desafiar no sólo a los partidos políticos, a Calderón, al ejército, a la Policía Federal Preventiva, o a lo que ustedes quieran, incluso a Bush o al idiota que le siga, estamos dispuestos a hacerlo, así como mi General Villa los desafió hace cien años.

Entonces, compañeros y compañeras: nosotros les pedimos que lo piensen. No quiere decir que tomen ahorita la decisión. Hay compañeros aquí en Durango de la Otra, y ellos les pueden informar de qué se trata. Pero si se trata de buscar líder, no es aquí. Si se trata de buscar a quién dirigir, tampoco es aquí.

Si se trata de luchar con respeto y con dignidad, éste es su lugar compañeros y compañeras. Gracias.

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