22 octubre, 2006

El asesinato de una periodista

Por un giro aciago del destino -si es que tenemos derecho a pensar que el destino puede someterse al azar- Descartes conoció a la reina Cristina de Suecia, con quien mantuvo contacto epistolar. Le manda un tratado de amor y su tratado de las pasiones. Para Descartes son seis las pasiones: la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza. Me sumo al filósofo francés: admirar es un acto maravilloso y no tengo duda de que es una de las mejores cualidades de la condición humana.
Admirar sin conocer a la persona supone una dosis extra de confianza, de entrega, de identificación y el deseo de imitar. Admirar a una mujer que ha sido asesinada por comprometerse con la condición humana y con los principios elementales de la justicia agrega la obligación de darle forma al encono y una mínima dosis de memoria a la muerte. Darle memoria a la muerte, sobre todo cuando el final llegó por la fuerza y para callar la disidencia, es menester en estos tiempos. En estos tiempos donde la sinrazón y la impudicia sepultan todo lo que huela a disenso, todo lo que contradiga la nefanda hermandad y complicidad de quienes deciden la situación del mundo, arropados por el poder y el infinito desdén contra quienes claman por un orden mundial "más humanizado". Otorgarle voz y memoria a Anna Politkovskaya y rendirle un mínimo homenaje a su inmenso valor en los tiempos de los señores Vladimir Bush y George W. Putin es indispensable -mea culpa el intercambio de nombres, sea intencional o real.
Los crímenes políticos son crímenes contra la humanidad. Los asesinatos que buscan acallar la fuerza de quienes denuncian magnicidios, torturas y la violación flagrante y constante de los derechos humanos son actos que no sólo entierran el cuerpo de la disidencia, sino que atentan contra todos los principios que dignifican la condición humana por los cuales bregaba y por los cuales fue aniquilada Politkovskaya. Que el poder o que unos hombres se arroguen el derecho de liquidar a otros como si fuesen ganado -incluso, en muchas ocasiones, con "menos humanidad"-, y que las vidas de unos carezcan de valor o de trascendencia, sigue siendo una realidad por doquier y una constante en las tierras de la periodista asesinada. No en balde la opinión pública de su país la consideraba la conciencia democrática del periodismo ruso. Bastó la resolución de los enemigos de la libertad y unas balas para eliminar a Anna Politkóvskaya. Nadie ha demostrado que fue Putin quien decidió la muerte de Anna, pero todos sabemos que fue Putin quien tomó la decisión. ¿Qué queda?, ¿qué sigue?
Con horror observamos la magra respuesta de los políticos europeos o estadunidenses de "alto nivel" ante la magnitud del evento. Con horror nos enteramos nuevamente del contubernio putrefacto entre las casas del poder y la horrenda hermandad del silencio cuando de crímenes políticos se trata. ¿Qué queda?, ¿qué sigue?
El último artículo de la periodista denunciaba las torturas ejercidas por las huestes de Putin en su nación y en Chechenia. Mucho incomodaba Anna al Kremlin. Era demasiada la verdad de sus denuncias y sus artículos eran un pesado fardo para la imagen de la Rusia instalada en una Europa que intenta vincularse entre sí por medio del diálogo, de la justicia y de la democracia. El valor de la periodista fue su tumba. En estos tiempos hay poco espacio para las personas morales que denuncian y que no aceptan que las vidas humanas sean prescindibles.
Pensar y observar el mundo implica rebelarse, exige no callar. Cuando la razón y la moral son cualidades de la persona es imposible habitar este mundo sin incomodarse, sin preguntarse, sin chistar. De eso escribía en la Rusia de Putin, que era también su Rusia, la periodista asesinada. Por eso la mataron y por eso, sin conocerla, se le admira.
Los espacios para el disenso, en muchos países, México incluido, son más un disfraz que una realidad. El asesinato de periodistas es una constante casi imposible de combatir; echada a andar la maquinaria del poder poco pueden hacer voces heroicas como la de Anna, quien a pesar de saberse amenazada continuó bregando por sus ideales. Imposible no admirar a seres como Politkovskaya. Imposible dejar de pensar que la humanidad es justa cuando las vidas de "los otros" son prescindibles; imposible hablar de moral o de justicia cuando seres dignos son asesinados por personas indignas.

Arnoldo Kraus (Tomado de La Jornada 18-10-06)

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